domingo, 24 de junio de 2018

CUENTO Nº 31. EL GATO MALTRATADO


 
EL GATO MALTRATADO

Érase una vez un gato que vivía en un campo muy lejano de la ciudad. El animal, aunque vivía en una casa muy lujosa, era maltratado por los dueños y amigos del alrededor. Un frío día de invierno que la dueña llamó al butanero, porque se le había acabado la bombona, el gato recogió el poco equipaje que tenía y aprovechando la salida del camión se montó en la caja y en medio de dos bombonas se instaló cómodamente. Estaba decidido a comenzar una nueva y mejor vida en la ciudad. 
 
            -Señor butanero –preguntó el gato-, ¿le importa llevarme a la ciudad?
 
            -Con mucho gusto, siempre y cuando no se meta con nadie –respondió el del butano, prácticamente, sin prestarle atención al minino.
 
            Al llegar a la ciudad, ya era completamente de noche, y no tenía sitio donde dormir. Como es natural, estaba algo cansado por el viaje y los continuos traqueteos de la parte trasera del camión. Además de que ya estaba empezando a tener hambre. Por si fuera poco lo anterior, tenía también sueño. 
 
            Comenzó a deambular sin rumbo fijo y cuando llevaba ya algún rato dando vueltas se encontró con un gato de la ciudad, dueño de un club nocturno en el que cantaban tres gatillas muy guapas. 
 
            -Pues sí, yo soy el dueño de este club de gatos. ¿En qué puedo servirle, amigo?
 
            -Poca cosa es lo que quiero, pues me conformaría con que me presentara a esas tres gatitas guapas que ahora están cantando.
 
            El dueño se las presentó al recién llegado en cuanto pudo. Y aunque pueda parecer mentira, la verdad es que nuestro protagonista se encontraba algo asustado en medio de tantos gatos grandes bailando en una pista de dimensiones considerables.
 
            Todo parecía ir bastante bien, pero en un momento determinado alguien se sintió ofendido porque otro había mirado mal y, sin comerlo ni beberlo, aunque ya nuestro gato tenía un hambre, se armó la marimorena. Como decía, de pronto comenzaron a dar voces, insultos, empujones y varios gatos acabaron dándose arañazos y lanzando maullidos que asustaban al más valiente.
 
            -¡Te arrancaré los ojos con las uñas, gato fanfarrón!
 
            -¡Y yo a ti la lengua, por embustero y farsante! 
 
            Ante esta situación nuestro gato entendió que allí no estaba la tranquilidad que él deseaba y con la mayor rapidez que pudo abandonó el club nocturno, que hasta entonces le parecía un lugar agradable. Uno de los gatos, que aunque estaba presente en la trifulca no participó en ella, cliente habitual del club que había observado tanto la llegada de nuestro gato como la pelea posterior de los que se pelearon por casi nada, decidió acompañarlo.
 
            -Tampoco a mí me satisface esta vida de bronca continua, siempre en la más absoluta inseguridad –comenzó el gato cliente habitual, intentando acercarse al recién llegado.
 
            -Eso mismo pienso yo; así que estaré encantado con tu compañía –respondió el aludido, con evidente satisfacción. 
 
            Ante esta situación inesperada, nuestro gato pensó que nada tenía que perder y, por otro lado, el ir acompañado hacia lo desconocido era más agradable que enfrentarse solo al destino. Así que con una tímida sonrisa y unas miradas cómplices decidieron encaminarse hacia la estación de trenes y, desde allí, partirían rumbo a un mundo desconocido y, posiblemente, lleno de sorpresas y aventuras fenomenales. Eso sí, mientras andaban finalizaron los últimos trozos de pescado seco que tenían y, de alguna manera, se sintieron más regocijados. Incluso fueron capaces de reírse de varias cosas sin importancia que les acababan de ocurrir.
 

           
             No obstante, de vez en cuando, miraban hacia atrás para ver si iban solos o eran seguidos por alguien. Cada vez que miraban y no veían a nadie, sin saber muy bien por qué, se miraban, se sonreían y apretaban el paso. Cosas de la vida, pensaban ellos… y seguían un poquito más deprisa.

FIN

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