miércoles, 28 de febrero de 2018

CUENTO Nº 23. LOS AMIGOS DEL MUÑECO


LOS AMIGOS DEL MUÑECO
 
 
Érase una vez un anciano de avanzada edad que, como suele ocurrir con casi todos los ancianos, ya no trabajaba fuera de su casa. Durante muchos años de su vida esta persona se había dedicado a hacer muñecos de madera.  Un día estaba tomando el fresquito en su puerta y pasó un niño, que tenía un aspecto algo desaliñado. El anciano, al verlo, cogió un muñeco y se lo dio. Al tenerlo en sus manos, éste se puso muy contento y saltaba de alegría. El muñeco, según dijeron todos después, era feo y muy gracioso.


El niño vivía un barrio lejano y poco cuidado: además de casas con goteras, había otras medio abandonadas y algunas, casi derruidas. No obstante, el niño se conformaba con su casa y su muñeco, que era feo y gracioso.
Durante mucho tiempo, para que todos lo vieran y porque él así lo quería, fue por todo el barrio con su muñeco. Todos los niños salían a la calle cuando lo veían pasar y, en repetidas ocasiones, les dijo que fueran a ver al anciano, para que también les diera otro muñeco.          
Un día los niños del barrio se pusieron de acuerdo y se dirigieron a la casa donde, para asombro y desencanto de todos, comprobaron que allí no había nadie. Se quedaron boquiabiertos, incrédulos, perplejos y también indecisos. Pasado un rato y no encontrar a nadie, aunque contrariados e indiferentes a las afirmaciones de su vecino, optaron por retirarse a sus casas, sin darle más importancia a lo que habían visto y oído.
Pasaron muchos años y el niño con su muñeco, que nunca había dejado de vivir en el barrio, se hizo viejo y cayó enfermo. Al poco tiempo, ya no podía salir de su casa para que todos vieran el muñeco. Los vecinos, extrañados al no verlo con su muñeco feo y gracioso, decidieron un día acercarse a la casa del anciano del barrio.
Llegaron cuando ya empezaba a anochecer. Llamaron a la puerta, pero allí no contestaba nadie. Insistieron varias veces, aunque sin éxito. Cansados de llamar, al ver que la puerta estaba entreabierta, empujaron con mucho cuidado y entraron. En ese momento, todos los presentes, nerviosos y sin saber muy bien qué hacer, lo miraban todo con sorpresa y detenimiento.
Enseguida se dieron cuenta que había mucho polvo y un montón telarañas, pero cuando llevaban un rato, al fondo de la estancia, vieron un cartel que decía así: “Podéis coger lo que queráis, pero sin romper nada”.
 
A partir de entonces, todos los que quisieron, tuvieron su muñeco preferido. Eso sí, todos eran feos y graciosos.


FIN


domingo, 4 de febrero de 2018

CUENTO Nº 22. EL CIERVO IMPRUDENTE


EL CIERVO IMPRUDENTE

En un viejo bosque vivía un ciervo muy malo e imprudente que, además de ser muy ladrón, no daba nunca nada ni tampoco decía nada bueno a sus compañeros.
 

 
Un día había unos pequeños castores con palos para reparar un boquete de la presa que hacía algún tiempo habían construido en una parte del río y, con algo de miedo, le dijeron al ciervo:

-Señor ciervo, ¿nos puede echar una mano?

-No –dijo el ciervo- vosotros sois muy fuertes y mirad qué débil estoy yo.

Al acabar estas palabras, se marchó rápidamente hacia un descampado que había cerca. Y estando en él, se acercó un conejo que había arrancado unas cuantas zanahorias de un huerto próximo. Como al conejo le costaba trabajo llevarse todas las zanahorias que había cogido, también le pidió ayuda al ciervo; pero éste ni siquiera le echó cuentas y, casi sin mirarlo, se alejó hacia otro lugar donde nadie lo molestara.

El conejo, malhumorado y con mucha rabia contenida, llamó a todos los animales del bosque para darle una lección al ciervo. Reunidos todos, y con el conejo presidiendo la asamblea, éste expuso las quejas que creyó convenientes para que el grupo tomara cartas en el asunto y, de una vez por todas, el ciervo cambiara de comportamiento. Todos intervinieron y al final llegaron a un acuerdo: no le hablarían al ciervo hasta que no cambiara de actitud.

Pasó algún tiempo y todo transcurría normalmente hasta que un día el ciervo vio cómo algunos animalillos cogían una gran cantidad de frutos de los árboles. En ese momento el ciervo pensó que si los animalillos se interesaban por los frutos es que éstos serían exquisitos. Así que se fue hacia ellos, les quitó varias bolsas y salió corriendo. Los animalitos, cuando se dieron cuenta de lo que había hecho el ciervo, empezaron a gritarle para advertirle de que las frutas eran dañinas.

Pero el ciervo no les hizo ningún caso, comió con mucha ansiedad y todo lo rápidamente que pudo hasta acabar repleto. Entre tanta ansiedad y tanta rapidez, al momento, empezó a dolerle el estómago. Y le dolía de tal forma, que tuvo que comenzar a dar voces, para que todos los animales del bosque lo oyeran.  Algunos de ellos, a los que les dio más pena, acudieron a casa del ciervo para ver como estaba y, en la medida de sus posibilidades, curarlo.


Pasaron unos días y, cuando el ciervo ya estaba sanado, les dijo a todos:

-Gracias, amigos míos, y perdonadme, porque he sido muy malo con vosotros.

Y, desde ese día, el ciervo hace todo lo posible por ayudar a sus amigos. Además de procurar ser amable y simpático con todo el que se encuentra.

 

FIN

 

 

CUENTO Nº 36. DOS PUEBLOS ENEMISTADOS Y SE ACABARON LOS CUENTOS. AHORA, SOLO POEMAS

DOS PUEBLOS ENEMISTADOS Érase una vez una vez un pueblo pequeño de nombre Burginia, el cual estaba situado a muy poca distancia de o...