viernes, 27 de octubre de 2017

CUENTO Nº 15. EL DOMADOR DEL CIRCO





EL DOMADOR DEL CIRCO
 

Érase una vez un domador que trabajaba en el circo más grande, espectacular y moderno del mundo. Se llamaba Mandón y era joven muy fuerte, ágil, valiente y risueño. Nadie sabía por qué, pero Mandón llegaba a conocer con una rapidez extraordinaria las intenciones de los animales con los que trataba. Unos decían que las averiguaba por el olor que desprendían antes de ejecutar los ejercicios; otros, que era un don natural que Mandón poseía.

            Mandón, en el fondo, se reía de esos comentarios, porque sabía que nada de cierto había en ellos. La única cosa verdadera, la única, pese a lo que dijeran sus compañeros, era que Mandón se dirigía a los animales como si estos fueran humanos.

            Un día le tocó entrenar al perro. Mandón, como siempre, se dirigió al animal, un ejemplar pequeño de casta indefinida, con amabilidad y delicadeza:

            -Hola, perrito amigo. ¿Qué tal hoy? ¿Tienes ganas de trabajar? ¿Has comido bien?

            El perro se mostraba poco expresivo, y sus ojos estaban algo húmedos, tristes, sin vida y a punto de derramar abundantes lágrimas. Además, temblaba sin que hiciera frío, y las patas traseras parecían tener prisionero el rabo, por regla general inquieto y oscilante. En esas circunstancias, Mandón se agachó, acarició al perro una y otra vez, le rascó la barriga y le alisó con suavidad el pelo del lomo. El animal, entonces, dio señales de vida: estiró las orejas, abrió la boca, manoteó varias veces, enderezó el rabo y, dando media vuelta, se fue a la puerta del circo.

            -Perro, amigo, ¿dónde vas, que ahora toca entrenarse? –dijo Mandón, un tanto desorientado, al no entender sus intenciones.

Mandón, seguro de que el perro sería atraído con alguno de sus muchos trucos, lo intentó todo... Pero no hubo manera de que el perro se acercara para iniciar sus ejercicios. Más bien al contrario, su tendencia era separarse con dirección a la salida del circo.

            Mandón, sorprendido, cambió de táctica y decidió observarlo. El perro, al ver que su entrenador le seguía, aceleró el paso y salió a la calle. Muy cerca de la carpa del circo, al pie de un árbol frondoso, junto al arroyo por donde fluían las aguas de las últimas lluvias, yacía moribunda una perrita preciosa. Había sido atropellada por un coche y se desangraba sin que nadie le prestara atención.

A partir de entonces Mandón tomó una decisión que ya venía rumiando desde hacía tiempo. Entendió que el sitio de los animales no era el circo. 
 
FIN

 

domingo, 8 de octubre de 2017

CUENTO Nº 14. LA HIGUERA Y EL ALMENDRO



LA HIGUERA Y EL ALMENDRO
 
 

 

 
Érase una vez una higuera y un almendro, vecinos en el huerto de un señor mayor, que no dejaban de discutir ni un solo día. Tanto la higuera como el almendro presumían de ser los mejores árboles frutales y, por supuesto, cada uno de ellos se creía superior al otro. Las peleas entre la higuera y el almendro nunca cesaban:
            -Soy mejor que tú -decía la higuera, engreída y complacida-, porque, para empezar, tengo dos cosechas al año: una de brevas y otra de higos.
            -Bueno, eso no ocurre siempre -le respondía el almendro, convincente-; pero, aun así, no hay comparación posible entre un higo y una almendra, y menos aún, una breva.
            -Tú lo único que tienes son hormigas y bichos de todas clases... –contestó, iracunda, la higuera, sintiéndose perdedora en la disputa.
            -¿Yo…? ¿Hormigas...? Esta higuera está loca y miente por su boca...
-¡Mentiroso serás tú, almendro flaco y feo y mala sombra y!...
            Y así un día y otro y otro, hasta que el dueño del huerto, harto de tener que soportar tan inútiles peleas, decidió intervenir:
            -Amiga higuera -le dijo al enfurecido árbol, en el tono más apacible-: Das lo que necesito –sombra, brevas e higos-, cuando los preciso. Las brevas me proporcionan jugo sabroso, cuando tengo sed; los higos, dulcísima miel cuando estoy hambriento; y una buena sombra, cuando estoy acalorado.
 

 
            -Gracias, amo -respondió la higuera, ufana, por los piropos del dueño del huerto.
            Y añadió más, ahora dirigiéndose al almendro:
-Y en cuanto a ti, querido almendro, señor de los árboles, no puedo dejar de mostrarte también mi gratitud. Al igual que la higuera, me proporcionas a su tiempo lo que te demando: ricas almendras en otoño, con las que aderezo comidas; la fresca sombra que tanto necesito en verano; y leña para mi chimenea, en invierno.
            -Gracias, amo -contestó el almendro, mientras miraba de soslayo a la higuera.
            -De aquí en adelante -prosiguió el dueño del huerto, algo subido de tono-, se acabaron las discusiones. Ni la higuera es mejor que el almendro ni lo contrario.
            Desde entonces, el dueño del huerto, la higuera y el almendro, vivieron en paz.

FIN

CUENTO Nº 36. DOS PUEBLOS ENEMISTADOS Y SE ACABARON LOS CUENTOS. AHORA, SOLO POEMAS

DOS PUEBLOS ENEMISTADOS Érase una vez una vez un pueblo pequeño de nombre Burginia, el cual estaba situado a muy poca distancia de o...