miércoles, 28 de junio de 2017

CUENTO Nº 9. LA PALOMA


LA PALOMA

 
Érase una vez una paloma que volaba por los alrededores de un pueblo, cuando de repente chocó contra un cable de la luz. Como consecuencia, se le partió un ala y cayó al suelo. Un niño que jugaba por allí con sus amigos, al verla, gritó:

-¡Venid, he encontrado una paloma!

-Cógela y ven conmigo –dijo uno de ellos con mucho interés.

-¿Para qué?

-Para saber qué le pasa.

-Se le ha partido el ala.

Otro de los niños, al ver lo ocurrido, se acercó al animal, lo cogió y exclamó:

 -¡Ya la he curado, vamos a echarla al cielo!

-¡Mira! ¡Mira!, ¡Vuelve! Observaron algunos de los allí presentes.

-¡Vamos a jugar con ella, aunque esté herida!  -gritó el que parecía más decidido.

Cerca de allí, había un hombre en su granja, al que ya le pesaba la edad. Trataba de colocar los arneses de labranza a su caballo, con el fin de comenzar la jornada. Pero le fue imposible realizar la faena, porque el jaco, encabritado y sin dejar de relinchar, no permitía siquiera que el granjero se le acercara.

            Y así estaban las cosas, cuando una pareja de cigüeñas, afanada en la alimentación de sus cigoñinos, divisó cómo la paloma inmóvil se desangraba junto al agua. Las cigüeñas optaron por crotorar con todas sus fuerzas, con el fin de llamar la atención de los vecinos. Pasado un rato, los cuervos, que vivían en los mechinales de la planta superior de la torre, decidieron ver qué ocurría.

            No les hizo mucha gracia el asunto a los insociables cuervos, pero muy pronto entendieron que la paloma de la ribera del río se encontraba en apuros. Luego, una vez seguros de lo que ocurría, con la voz desagradable que los caracteriza, comenzaron a graznar con todas sus fuerzas.

 Inmediatamente, alertadas por tan insoportable jaleo, acudieron las ágiles golondrinas, instaladas en las cornisas de las ventanas, y los asustadizos murciélagos, en las grietas de las paredes de la torre.

            Y así, poco a poco, toda la vecindad fue tomando conciencia de que una paloma se desangraba en la orilla del río. Pero nadie se atrevía a tomar la iniciativa, más que nada, por no saber muy qué hacer. Alguien sugirió, entonces, acercarse a la granja próxima, no muy lejos de donde la paloma agonizaba.

            Los gallos y las gallinas, al conocer la noticia, montaron tal alboroto con sus cacareos que, a pesar de estar prisioneros en naves gigantescas con cubiertas de uralita, lograron alarmar a la numerosa comunidad de gatos, siempre maullando.

Alarmado el granjero por unos extraños ruidos que no acababa de identificar, decidió dar una vuelta por los alrededores de su granja, convencido de que algo pasaba. En efecto, pronto vio que en los límites de su hacienda, junto al río, había unos niños que jugaban con una paloma blanca, ya tinta en sangre. En tales circunstancias, el campesino no lo dudó ni un momento: se acercó al ave, le limpió las heridas con agua oxigenada, le untó betadine, le entablilló el ala y la colocó en una jaula, donde también puso agua y pienso.

Transcurridos unos días, el granjero se acercó a la jaula y, al comprobar que la paloma se hallaba perfectamente curada, la soltó.

FIN

domingo, 18 de junio de 2017

CUENTO Nº 8. LA GALLINA SIN COLA


LA GALLINA SIN COLA

 

 
Érase una vez una gallina grande, hermosa y juguetona que no tenía cola. Bien porque de joven estuvo enferma, bien porque en ella se dio una mutación genética, bien porque la situación así lo quiso, el caso es que, sencillamente, la gallina no tenía cola.

Cuando en alguna ocasión las otras gallinas del gallinero intentaron burlarse de ella porque no tenía cola, les salió mal la jugada. La Colona, que así la llamaban todos, fuerte y decidida como pocas, arremetió contra ellas con una contundencia que no les quedaron ganas de intentarlo de nuevo.

En cuanto a los gallos, el más viejo, plagado de vistosas plumas y la voz cascada, apenas tenía trato con la gallina. Por el contrario, el más joven, pardo del todo y menos atractivo que su compañero, solía hacer buenas migas con la gallina colona, aunque siempre dentro de una bien calculada prudencia.

            Un día el amo de las gallinas decidió que había que matarla y el rumor de la muerte de la pobre gallina llegó hasta ella. La gallina, al enterarse, se puso muy triste, se quería escapar, pero no podía, ya que estaba en un gallinero cerrado a cal y canto.          

           
           Pero el amo tenía un gran problema, no tenía dinero para ir a comprar pienso para las gallinas, y las gallinas se estaban quedando cada vez más escuálidas y, algunas, enfermas.

            No obstante, había en el gallinero una gallina más gorda que las demás, y el amo cambió de idea y decidió matarla; pensó que era mejor esa que la que no tenía cola. Cuando entró el amo en el gallinero y mató a la gallina, las demás decidieron que se salvarían si no tenían cola. Y todas las gallinas se la quitaron.

            Al otro día entró el amo, y vio que las gallinas no tenían cola, y decidió venderlas a todas. Pero dejo una, que era la que no tenía cola al principio.        

            El amo, con el dinero de vender las otras gallinas, le puso, a la que no tenía cola al principio, una cola ortopédica. La gallina, muy feliz, salió corriendo, se cayó por un barranco y, como no podía volar bien, casi se mata.

 

FIN

miércoles, 7 de junio de 2017

CUENTO Nº 7. EL CASTILLO DEL CERRO


EL CASTILLO DEL CERRO


  
Había una vez un castillo en lo alto de un cerro, cuyos patios estaban llenos de hierbas; algunos peldaños de las escaleras, rotos; los adarves, desmoronados; la mayoría de las puertas carcomidas; las ventanas, sin cristales; la sala de la torre del homenaje, derruida; la mazmorra o bodega, sin acceso por la humedad; y los suelos de todas las estancias, levantados. Tampoco había un salón con lámpara de cristales, ni panoplia de armas, ni piano de cola, ni mesa de nogal, ni hojas con que calentar la casa, ni elemento alguno que indicara nobleza. Pero pesar de todo esto, y de más cosas que ahora no contamos porque no tenemos tiempo, A pesar de ello, decíamos, una niña llamada Eva tenía unas ganas locas de entrar en el castillo, puesto que le llamaba poderosamente la atención todo lo que imaginaba que allí podía haber. Un día, se dirigió a la entrada y, desafortunadamente, no la dejaron pasar.

            -Nadie puede franquear la puerta de este castillo, ni siquiera las niñas, por pequeñas que sean -gritaron unos soldados altos y apuestos que custodiaban la entrada, con orden de no permitir el acceso a ninguna persona.

            -Yo solo quiero ver el castillo y nadie que no sea su dueño puede prohibirme la entrada –argumentaba la niña aunque sin éxito.

            En vista de lo ocurrido, Eva, que así se llamaba la niña, por la noche, se escapó de su casa y se fue al castillo. Rodeó todo el exterior con mucho cuidado para no hacer ruido y como comprobó que los centinelas estaban durmiendo, al fin, consiguió meterse dentro. Entró en las habitaciones y miró por todos lados, mientras los demás roncaban y roncaban. De pronto, casi sin haberse dado cuenta, ya era por la mañana y Eva corriendo se fue a su casa.

            Por otro lado, su madre, nerviosa y muy preocupada, la estaba buscando por todo el pueblo. Eva, al ver a su madre se dirigió a ella con la cara radiante, aunque nerviosa y un poco acalorada.

           
             -¡Mamá, ya he visto el castillo!

            -Sí, hija, pero a tu padre y a mí nos has dado un susto de muerte. No vuelvas a hacer eso.

            Cuando terminaron de abrazarse y se tranquilizaron un poco, con voz entrecortada, Eva le contó la historia a su familia.  Todos quedaron maravillados y fueron muy felices.


FIN

CUENTO Nº 36. DOS PUEBLOS ENEMISTADOS Y SE ACABARON LOS CUENTOS. AHORA, SOLO POEMAS

DOS PUEBLOS ENEMISTADOS Érase una vez una vez un pueblo pequeño de nombre Burginia, el cual estaba situado a muy poca distancia de o...