lunes, 14 de mayo de 2018

CUENTO Nº 28. EL PAÍS DE ATRASOLANDIA

 

EL PAÍS DE ATRASOLANDIA
 

Érase una vez un país que, a pesar de haber tenido a lo largo de la historia muchos y muy hermosos nombres, todos dieron en llamarlo Atrasolandia. Así, hubo un tiempo en que fue conocido como Iberia, en honor a uno de sus ríos más importantes. Luego, con el paso de los años, como Hispania. Finalmente, como Al Andalus. Y fue llamado de otras muy diferentes formas, aunque ninguna de ellas prosperó. El caso es que este país al que nos estamos refiriendo era conocido en el mundo entero con el nombre de Atrasolandia, y sus habitantes, lógicamente, con el de atrasados.
 

            Eran muchos los ciudadanos que se preguntaban por la verdadera razón de tan repelente nombre, pero nadie llegó a establecer con exactitud cuál fue la causa.  Había quienes creían que lo de Atrasolandia se debía al maltrato que en este país se les daba a los animales. Estaban convencidos de que solo a un país atrasado se le ocurriría tratar con crueldad gratuita y festiva a los seres vivos, fuera cual fuera su clasificación zoológica.   

            Lamentablemente, de este maltrato no se salvaban ni siquiera los animales domésticos, los cuales podían ser arrojados, llegado el caso, desde los campanarios de las torres de los pueblos. Y sobre las corridas de toros y otros entretenimientos colectivos similares, en los que los animales eran sacrificados o maltratados con impunidad y alevosía para divertimento de los espectadores. Naturalmente, había quienes discrepaban de esto último, pues creían ver en la celebración de las corridas de toros una prueba del valor de los habitantes de Atrasolandia:

            -Los toros son la fiesta nacional, porque ahí es donde se muestra la valentía de los grandes hombres -aseguraban quienes estaban convencidos de que ser un bruto temerario y un buen ciudadano son la misma cosa.
           

                Para otros, el nombre de Atrasolandia les recordaba el país de los habituales programas de TV destinados al gran público, como solían decir sus presentadores. En estos programas, de mucha audiencia, por cierto, sólo se hablaba de asuntos banales tales como separaciones, apareamientos, infidelidades, insultos, vejaciones y cosas por el estilo. Y al parecer, según se decía, a mayores insultos, gritos, exabruptos y faltas al respeto entre los interlocutores, mayor era el número de ciudadanos que se conectaba.

            En fin, no eran pocos los ciudadanos que pensaban que la causa de tan denigrante nombre para ese país no era otra que el empecinamiento de sus habitantes en no cambiar sus costumbres, tan arraigadas como inhumanas.
 

            En tales circunstancias, alguien que de verdad conocía el origen de Atrasolandia, vaticinó que muy pronto, de no cambiar la gente de comportamiento, el país se llamaría Pocilgalandia, o incluso algo peor.

FIN





           
           

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