domingo, 4 de febrero de 2018

CUENTO Nº 22. EL CIERVO IMPRUDENTE


EL CIERVO IMPRUDENTE

En un viejo bosque vivía un ciervo muy malo e imprudente que, además de ser muy ladrón, no daba nunca nada ni tampoco decía nada bueno a sus compañeros.
 

 
Un día había unos pequeños castores con palos para reparar un boquete de la presa que hacía algún tiempo habían construido en una parte del río y, con algo de miedo, le dijeron al ciervo:

-Señor ciervo, ¿nos puede echar una mano?

-No –dijo el ciervo- vosotros sois muy fuertes y mirad qué débil estoy yo.

Al acabar estas palabras, se marchó rápidamente hacia un descampado que había cerca. Y estando en él, se acercó un conejo que había arrancado unas cuantas zanahorias de un huerto próximo. Como al conejo le costaba trabajo llevarse todas las zanahorias que había cogido, también le pidió ayuda al ciervo; pero éste ni siquiera le echó cuentas y, casi sin mirarlo, se alejó hacia otro lugar donde nadie lo molestara.

El conejo, malhumorado y con mucha rabia contenida, llamó a todos los animales del bosque para darle una lección al ciervo. Reunidos todos, y con el conejo presidiendo la asamblea, éste expuso las quejas que creyó convenientes para que el grupo tomara cartas en el asunto y, de una vez por todas, el ciervo cambiara de comportamiento. Todos intervinieron y al final llegaron a un acuerdo: no le hablarían al ciervo hasta que no cambiara de actitud.

Pasó algún tiempo y todo transcurría normalmente hasta que un día el ciervo vio cómo algunos animalillos cogían una gran cantidad de frutos de los árboles. En ese momento el ciervo pensó que si los animalillos se interesaban por los frutos es que éstos serían exquisitos. Así que se fue hacia ellos, les quitó varias bolsas y salió corriendo. Los animalitos, cuando se dieron cuenta de lo que había hecho el ciervo, empezaron a gritarle para advertirle de que las frutas eran dañinas.

Pero el ciervo no les hizo ningún caso, comió con mucha ansiedad y todo lo rápidamente que pudo hasta acabar repleto. Entre tanta ansiedad y tanta rapidez, al momento, empezó a dolerle el estómago. Y le dolía de tal forma, que tuvo que comenzar a dar voces, para que todos los animales del bosque lo oyeran.  Algunos de ellos, a los que les dio más pena, acudieron a casa del ciervo para ver como estaba y, en la medida de sus posibilidades, curarlo.


Pasaron unos días y, cuando el ciervo ya estaba sanado, les dijo a todos:

-Gracias, amigos míos, y perdonadme, porque he sido muy malo con vosotros.

Y, desde ese día, el ciervo hace todo lo posible por ayudar a sus amigos. Además de procurar ser amable y simpático con todo el que se encuentra.

 

FIN

 

 

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