viernes, 11 de agosto de 2017

CUENTO Nº 12. EL BURRITO CANARIO

 


EL BURRITO CANARIO                           


Érase una vez un burrito llamado Canario tan pequeño, manso y cariñoso que, más que un burro, parecía un perro grande. Había nacido en la granja de Paco, Paco el de la granja, como le decían sus conocidos. Allí creció, allí se hizo mozo, allí se fue de recién casado con Lucía y de allí no había salido jamás. Sólo de vez en cuando se acercaba al pueblo vecino, a dos kilómetros de la granja, a comprar algunos objetos imprescindibles para una casa de campo con muchos animales. También era frecuente que fuera en busca de don Pedro, el veterinario, porque así, si Paco traía al veterinario a la granja y luego lo llevaba al pueblo, era mejor para todos y más rápido el servicio.
            El día que nació Canario, don Pedro, se confesó a Paco:
            -Es la primera vez en mi vida, Paco, que veo nacer un burro tan bien formado y tan pequeño.
            -A mí me parece normal, don Pedro, porque su padre, el Caracol, el hijo de la Petaca, era tan chico, que parecía de juguete.
            -Será así como dices, Paco, pero no es frecuente el nacimiento, con su tiempo cumplido, de un rucho tan pequeño que apenas es más grande que un perro mediano.
            -Ya verá Vd., don Pedro, cómo enseguida crece y se pone como los demás.
            Pero no fue así. Faltaba poco para que cumpliera un par de años y Canario, que comía con normalidad y aventajaba a los de su especie en destrozos de todo tipo, apenas crecía.         Eso sí, era Canario tan manso y cariñoso que convivía con los hijos de Paco como si de uno más se tratara. Por eso eran frecuentes las disputas entre los niños.
            -El burro es mío –decía un hijo en un tono autoritario, para eso soy el mayor.
            -No es verdad –le replicaba otra-. El burro es mío, que para eso yo le puse el nombre el día que nació.
            -El burro es nuestro –reclamaban al unísono los más pequeños–, porque somos nosotros los que cuidamos de él.
 

           
            Pasó el tiempo y Paco y Lucía, ya mayores, no podían atender la granja, por lo que Paco quiso venderla con todos los animales que había en ella, incluido el pequeño Canario, que aún conservaba gran vitalidad.
            -En cuanto pase el verano, sin más tardar, nos vamos al piso que tenemos en el pueblo, Lucía –dijo Paco, en tono sentencioso, no exento de melancolía.
            -Te irás tú, si quieres, porque yo no me muevo de aquí mientras viva el burrito Canario –respondió Lucía, y volvió a sus faenas sin admitir ninguna respuesta.

FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario

CUENTO Nº 36. DOS PUEBLOS ENEMISTADOS Y SE ACABARON LOS CUENTOS. AHORA, SOLO POEMAS

DOS PUEBLOS ENEMISTADOS Érase una vez una vez un pueblo pequeño de nombre Burginia, el cual estaba situado a muy poca distancia de o...