miércoles, 2 de agosto de 2017

CUENTO Nº 11. EL GNOMO CURIOSO


EL GNOMO CURIOSO

 
Érase una vez un gnomo que vivía en casa de sus padres, papá gnomo y mamá gnomo. Como aún era pequeño, no podía acompañar a su padre al bosque a recoger plantas y frutas para alimentarse, o leña para combatir el frío en invierno. El gnomo hijo se limitaba a ir al colegio, donde tenía multitud de cosas pendientes: leer y escribir, hacer cuentas, hablar con soltura, relacionarse con sus compañeros y, sobre todo, aprender el modo de comportarse con sus semejantes.

            El maestro gnomo, un buen maestro, hacía todo lo que podía para que sus pupilos aprendiesen cada día algo nuevo y, al mismo tiempo, que no olvidasen lo aprendido en días anteriores. El maestro gnomo, en sus explicaciones, solía poner como ejemplo a los niños gnomos un género de seres llamados hombres, a los que consideraba superiores tanto por su saber como por su actuar. En realidad, no eran solo hombres, sino hombres y mujeres, porque con esa palabra se refería tanto a unos como a otras.

            El gnomo hijo, siempre respetuoso con su maestro e interesado por los asuntos que éste trataba en clase, aprendía con rapidez y facilidad, aunque no eran pocos los casos en que llegaba confundido a casa:

            -Papá, nos ha dicho el maestro que las personas son seres bienintencionados, que hacen las cosas lo mejor que pueden, pero a los que no siempre les salen bien.

            -Hijito -le respondió el gnomo padre en tono cariñoso-, eso es lo que dicen, que son bienintencionados, aunque a veces cuesta creerlo.

            -Papi -volvió a preguntar el hijo, cada vez más interesado por la cuestión-, eso es lo que a mí me desconcierta un poco, que quieran una cosa, y luego hagan la contraria. Por ejemplo, papi -continuó el gnomo niño-, ¿cómo puede ser que amen tanto los bosques y, sin embargo, les prendan fuego con tanta facilidad?

            -Tampoco yo lo entiendo bien, hijo. Pero te aseguro que hay muchas personas que se juegan su vida, cuando es preciso, con tal de evitar incendios en los bosques.

            -¿Y por qué tenemos que ir a la escuela, si con eso tampoco averiguamos nada sobre la vida y el mundo? -preguntó en una ocasión, pensando que, tal vez, el gnomo padre, al verse sin argumentos con los que defenderse, lo dispensara de asistir a clase.
 

            -Porque solo yendo a la escuela serás capaz de dar la respuesta acertada a muchas de las preguntas que te harás cuando seas mayor -respondió el gnomo padre, dando a sus palabras un leve matiz de autoridad.

            - Vale papá, pero que sepas que yo pregunto por preguntar.

FIN

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