miércoles, 7 de junio de 2017

CUENTO Nº 7. EL CASTILLO DEL CERRO


EL CASTILLO DEL CERRO


  
Había una vez un castillo en lo alto de un cerro, cuyos patios estaban llenos de hierbas; algunos peldaños de las escaleras, rotos; los adarves, desmoronados; la mayoría de las puertas carcomidas; las ventanas, sin cristales; la sala de la torre del homenaje, derruida; la mazmorra o bodega, sin acceso por la humedad; y los suelos de todas las estancias, levantados. Tampoco había un salón con lámpara de cristales, ni panoplia de armas, ni piano de cola, ni mesa de nogal, ni hojas con que calentar la casa, ni elemento alguno que indicara nobleza. Pero pesar de todo esto, y de más cosas que ahora no contamos porque no tenemos tiempo, A pesar de ello, decíamos, una niña llamada Eva tenía unas ganas locas de entrar en el castillo, puesto que le llamaba poderosamente la atención todo lo que imaginaba que allí podía haber. Un día, se dirigió a la entrada y, desafortunadamente, no la dejaron pasar.

            -Nadie puede franquear la puerta de este castillo, ni siquiera las niñas, por pequeñas que sean -gritaron unos soldados altos y apuestos que custodiaban la entrada, con orden de no permitir el acceso a ninguna persona.

            -Yo solo quiero ver el castillo y nadie que no sea su dueño puede prohibirme la entrada –argumentaba la niña aunque sin éxito.

            En vista de lo ocurrido, Eva, que así se llamaba la niña, por la noche, se escapó de su casa y se fue al castillo. Rodeó todo el exterior con mucho cuidado para no hacer ruido y como comprobó que los centinelas estaban durmiendo, al fin, consiguió meterse dentro. Entró en las habitaciones y miró por todos lados, mientras los demás roncaban y roncaban. De pronto, casi sin haberse dado cuenta, ya era por la mañana y Eva corriendo se fue a su casa.

            Por otro lado, su madre, nerviosa y muy preocupada, la estaba buscando por todo el pueblo. Eva, al ver a su madre se dirigió a ella con la cara radiante, aunque nerviosa y un poco acalorada.

           
             -¡Mamá, ya he visto el castillo!

            -Sí, hija, pero a tu padre y a mí nos has dado un susto de muerte. No vuelvas a hacer eso.

            Cuando terminaron de abrazarse y se tranquilizaron un poco, con voz entrecortada, Eva le contó la historia a su familia.  Todos quedaron maravillados y fueron muy felices.


FIN

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