sábado, 29 de abril de 2017

CUENTO Nº 5. EL PERRO SIN RABO


CUENTO Nº 5. EL PERRO SIN RABO





En una casa de campo, cerca de la carretera, había un perro atado a una estaca de madera y al lado estaba su casita de ladrillos. Un día los amos del perro tuvieron que ir a la ciudad. Entonces el perro se soltó de la cadena donde estaba atado y empezó a correr y a saltar por los alrededores de la casa. De pronto, vio a lo lejos, junto a un arroyo, un perro que iba andando por allí. Al verlo, sin perderlo de vista, lentamente atravesó para ir con él; pero cuando estaba pasando vino un coche y le cortó el rabo.  Del dolor que le entró empezó a chillar y a correr por todos lados.
            Al rato llegaron los amos y al ver un rabo allí tirado se sorprendieron mucho y el amo dijo:
            -¿Será de nuestro perro? Y fueron rápidamente a comprobarlo. Al ver el perro sin rabo lo metieron en su casa para cuidarlo. Cuando ya estaba curado lo llevaron a su casita y comenzó de nuevo su vida normal.
            Pero los demás perros al verlo se reían de él y le decían:
            -¡El perro sin rabo!, ¡El perro sin rabo! …, y el perro estaba muy triste por lo que le decían los otros perros. No obstante, las cosas iban a cambiar pronto.
            Sucedió que un día, tras el verano seco y muy caluroso, llegó el otoño con sus tormentas repentinas. El cielo se puso gris; luego, negro; y finalmente se abrió, taladrado por mil rayos, como una enorme sandía que derramara su jugo a raudales. En poco más de una hora, el pueblo quedó anegado, las carreteras cortadas y no fueron pocas las casas que se hundieron, al menos, parcialmente.


 
 
           


            Todos los perros del pueblo, huyeron de la tormenta, unos se cobijaron debajo de las faldas de sus amas. Otros prefirieron la cercanía de sus dueños. Y hubo también los que prefirieron llegar hasta la bodega o el pajar, por creerlos sitios más seguros.
            En estas circunstancias, un perro bueno y obediente, aunque feo, sin gracia y sin rabo, atravesando el torrente originado por la tormenta, llegó hasta una casa en la que una de sus habitaciones estaba a punto de derrumbarse.
            Desde lejos, los vecinos podían ver en un rincón del dormitorio una cuna pequeña con un niño dentro. Los padres del niño, sorprendidos por la tormenta, se hallaban entre los escombros, por lo que nada podían hacer por su hijito.
            Entonces, el perro sin rabo, decidido, trepó por la pared hasta la habitación a medio hundir, con una habilidad fuera de lo común, tomó el niño por el cuello, como si de un cachorro se tratara, y descendió hasta el nivel del agua. Con firmeza y grandes fatigas, dejándose arrastrar por la corriente logró depositar al niño sano y salvo a los pies de los espectadores.
            De pronto, todos se callaron y comprendieron que no se debían meter con los perros; aunque fueran feos, sin gracia y sin rabo.    
 
FIN

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