domingo, 8 de octubre de 2017

CUENTO Nº 14. LA HIGUERA Y EL ALMENDRO



LA HIGUERA Y EL ALMENDRO
 
 

 

 
Érase una vez una higuera y un almendro, vecinos en el huerto de un señor mayor, que no dejaban de discutir ni un solo día. Tanto la higuera como el almendro presumían de ser los mejores árboles frutales y, por supuesto, cada uno de ellos se creía superior al otro. Las peleas entre la higuera y el almendro nunca cesaban:
            -Soy mejor que tú -decía la higuera, engreída y complacida-, porque, para empezar, tengo dos cosechas al año: una de brevas y otra de higos.
            -Bueno, eso no ocurre siempre -le respondía el almendro, convincente-; pero, aun así, no hay comparación posible entre un higo y una almendra, y menos aún, una breva.
            -Tú lo único que tienes son hormigas y bichos de todas clases... –contestó, iracunda, la higuera, sintiéndose perdedora en la disputa.
            -¿Yo…? ¿Hormigas...? Esta higuera está loca y miente por su boca...
-¡Mentiroso serás tú, almendro flaco y feo y mala sombra y!...
            Y así un día y otro y otro, hasta que el dueño del huerto, harto de tener que soportar tan inútiles peleas, decidió intervenir:
            -Amiga higuera -le dijo al enfurecido árbol, en el tono más apacible-: Das lo que necesito –sombra, brevas e higos-, cuando los preciso. Las brevas me proporcionan jugo sabroso, cuando tengo sed; los higos, dulcísima miel cuando estoy hambriento; y una buena sombra, cuando estoy acalorado.
 

 
            -Gracias, amo -respondió la higuera, ufana, por los piropos del dueño del huerto.
            Y añadió más, ahora dirigiéndose al almendro:
-Y en cuanto a ti, querido almendro, señor de los árboles, no puedo dejar de mostrarte también mi gratitud. Al igual que la higuera, me proporcionas a su tiempo lo que te demando: ricas almendras en otoño, con las que aderezo comidas; la fresca sombra que tanto necesito en verano; y leña para mi chimenea, en invierno.
            -Gracias, amo -contestó el almendro, mientras miraba de soslayo a la higuera.
            -De aquí en adelante -prosiguió el dueño del huerto, algo subido de tono-, se acabaron las discusiones. Ni la higuera es mejor que el almendro ni lo contrario.
            Desde entonces, el dueño del huerto, la higuera y el almendro, vivieron en paz.

FIN

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