LAS RAREZAS DE NONO
Érase una vez un niño
llamado Nono, ni alto ni bajo, ni delgado ni grueso, ni hermoso ni feo, que
tenía por costumbre decir las cosas al revés. Por ejemplo, cuando Nono se
refería a su madre no la llamaba así, sino drema.
-Mi drema es
la persona que yo más quiero en el domun –les decía, por ejemplo, a sus amigos,
los cuales se extrañaban siempre de la rara costumbre de Nono.
No pasó nunca la cosa a mayores,
porque todo el mundo conocía a Nono. Y así, poniendo del revés el nombre de las
cosas que mencionaba, llegó el día de ir a la escuela. Don Gregorio, un maestro
trabajador y formal, al principio no dio importancia al asunto:
-A ver,
repite, Nono, lo que has dicho.
-He dicho,
señor maestro, nosbue asdi -respondió Nono con naturalidad.
-Bien -insistió don Gregorio-, ahora
repite el saludo, pero como todo el mundo.
-Buenos días.
-Ahora sí, Nono, ahora sí. Siéntate y
procura hablar como los demás.
Llegó el momento en que la costumbre
de Nono, deleznable para don Gregorio, llegó a extenderse y sus compañeros en
la escuela se contagiaron de ella.
Don Gregorio,
nervioso, se devanaba los sesos, sin que hallara razón que justificara la
imitación del habla de Nono. Ni las llamadas de atención a los niños, ni las
amenazas, ni los castigos leves, ni los avisos a los padres, ni el informe al
señor Director... Nada de cuanto había hecho don Gregorio por extirpar tan
pernicioso hábito en el habla de los niños de su clase había dado resultado.
Así que ya no sabía qué hacer.
“¿Y si yo les aplico a estos bribones
su propia medicina?”, se dijo para sí un día.
No estaba seguro el buen maestro si
debía hacerlo. No obstante, comenzó llamándolos por otros nombres: Nono
lógicamente, sería Nono; Pepito, Topipe; Luisito, Tosilui; Andrés, Dresan;
Juanito, Toinaju... y así sucesivamente. El alboroto en clase el día de la
adjudicación de los nuevos nombres fue constante. Llegó el momento en que fue
imposible dar la clase y don Riogogre –quiero decir don Gregorio- tuvo que irse
a casa con una ronquera de caballo, según los médicos.
Don Gregorio, convencido de que con
la forma de hablar popularizada por Nono la convivencia era imposible,
aprovechó los días de convalecencia para crear un nuevo código que de ahora en
adelante, todos sus alumnos habrían de respetar. Repasaba una y otra vez don
Gregorio su reglamento, convencido de que con él estaba garantizando la pureza
de la lengua y el entendimiento entre sus alumnos.
De vuelta a la escuela, ya
recuperado, quiso don Gregorio saber cuál era la opinión de sus pupilos, y para
ello, les hizo estas y otras preguntas:
-Una: ¿qué
opináis del reglamento? Dos: ¿Qué tenéis que añadir?...
De pronto, Nono levantó la mano, y se
produjo un profundo silencio en la clase:
-Don Gregorio, estoy de acuerdo, pero
¿qué pasa conmigo que me llamo Antonio y todos me dicen Nono? Y además,
yo a veces, es que me equivoco.
Entonces, don
Gregorio, sorprendido por la agudeza de Nono, respondió sereno:
-También Nono será palabra válida,
porque así lo quieres tú y porque a todos nos parece bien, pero además hemos de
entender todos que te hemos de ayudar y no imitar.
FIN
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