Érase una vez un gato que
vivía en un campo muy lejano de la ciudad. El animal, aunque vivía en una casa
muy lujosa, era maltratado por los dueños y amigos del alrededor. Un frío día
de invierno que la dueña llamó al butanero, porque se le había acabado la
bombona, el gato recogió el poco equipaje que tenía y aprovechando la salida
del camión se montó en la caja y en medio de dos bombonas se instaló
cómodamente. Estaba decidido a comenzar una nueva y mejor vida en la ciudad.
-Señor butanero –preguntó el gato-, ¿le importa llevarme
a la ciudad?
-Con mucho gusto, siempre y cuando no se meta con nadie
–respondió el del butano, prácticamente, sin prestarle atención al minino.
Al llegar a la ciudad, ya era completamente de noche, y
no tenía sitio donde dormir. Como es natural, estaba algo cansado por el viaje
y los continuos traqueteos de la parte trasera del camión. Además de que ya
estaba empezando a tener hambre. Por si fuera poco lo anterior, tenía también
sueño.
Comenzó a deambular sin rumbo fijo y cuando llevaba ya
algún rato dando vueltas se encontró con un gato de la ciudad, dueño de un club
nocturno en el que cantaban tres gatillas muy guapas.
-Pues sí, yo soy el dueño de este club de gatos. ¿En qué
puedo servirle, amigo?
-Poca cosa es lo que quiero, pues me conformaría con que
me presentara a esas tres gatitas guapas que ahora están cantando.
El dueño se las presentó al recién llegado en cuanto
pudo. Y aunque pueda parecer mentira, la verdad es que nuestro protagonista se
encontraba algo asustado en medio de tantos gatos grandes bailando en una pista
de dimensiones considerables.
Todo parecía ir bastante bien, pero en un momento
determinado alguien se sintió ofendido porque otro había mirado mal y, sin
comerlo ni beberlo, aunque ya nuestro gato tenía un hambre, se armó la
marimorena. Como decía, de pronto comenzaron a dar voces, insultos, empujones y
varios gatos acabaron dándose arañazos y lanzando maullidos que asustaban al
más valiente.
-¡Te arrancaré los ojos con las uñas, gato fanfarrón!
-¡Y yo a ti la lengua, por embustero y farsante!
Ante esta situación nuestro gato entendió que allí no
estaba la tranquilidad que él deseaba y con la mayor rapidez que pudo abandonó
el club nocturno, que hasta entonces le parecía un lugar agradable. Uno de los
gatos, que aunque estaba presente en la trifulca no participó en ella, cliente
habitual del club que había observado tanto la llegada de nuestro gato como la
pelea posterior de los que se pelearon por casi nada, decidió acompañarlo.
-Tampoco a mí me satisface esta vida de bronca continua,
siempre en la más absoluta inseguridad –comenzó el gato cliente habitual,
intentando acercarse al recién llegado.
-Eso mismo pienso yo; así que estaré encantado con tu
compañía –respondió el aludido, con evidente satisfacción.
Ante esta situación inesperada, nuestro gato pensó que
nada tenía que perder y, por otro lado, el ir acompañado hacia lo desconocido
era más agradable que enfrentarse solo al destino. Así que con una tímida
sonrisa y unas miradas cómplices decidieron encaminarse hacia la estación de
trenes y, desde allí, partirían rumbo a un mundo desconocido y, posiblemente,
lleno de sorpresas y aventuras fenomenales. Eso sí, mientras andaban
finalizaron los últimos trozos de pescado seco que tenían y, de alguna manera,
se sintieron más regocijados. Incluso fueron capaces de reírse de varias cosas
sin importancia que les acababan de ocurrir.
No obstante, de vez en cuando, miraban hacia atrás para
ver si iban solos o eran seguidos por alguien. Cada vez que miraban y no veían
a nadie, sin saber muy bien por qué, se miraban, se sonreían y apretaban el
paso. Cosas de la vida, pensaban ellos… y seguían un poquito más deprisa.
FIN
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