EL ATREVIDO
El atrevido, en realidad, era un niño que se llamaba
Carlos, aunque todos lo llamaban de esa manera. Sus padres, incluso, estaban
muy orgullosos de su hijo, porque cuando había algún animal extraño como un
escarabajo, alguna cucaracha, una lagartija o algo parecido, que a sus hermanas
les daba mucho miedo, acudía Carlos y, sin contemplación, rápidamente los
mataba.
Cuando estaba en la calle con sus amigos, que
ya sabían cómo solía reaccionar Carlos, le proponían todo tipo de
atrevimientos. Inmediatamente, Carlos, sin que pasara más que un breve
instante, los llevaba a cabo, sin dudarlo ni un momento.
Una vez iban por la calle varios hombres
mayores con sus garrotas y sus gorras y sus amigos le dijeron a Carlos:
-¡Eh, Carlos! ¿A que no te atreves a quitarle
la gorra al hombre que va el último?
-¿Cómo que no? Mirad cómo lo hago.
Carlos, entonces, con decisión, se la quitó y
la tiró al suelo, aunque a cambio recibió un par de palos.
Otro día, o mejor dicho, otra noche, sus
amigos le dijeron que si era capaz de ir al bosque andando y luego volver,
también de forma tranquila.
-Claro que sí –respondió Carlos.
Y, efectivamente, Carlos así lo hizo.
Pasó algún tiempo y la vida continuó con
normalidad. También Carlos seguía haciendo, de vez en cuando, algún que otro
atrevimiento o barbaridad similar a las que ya hemos señalado. Pero en una
ocasión ocurrió que, al llegar un circo al pueblo, uno de los camiones, al
pasar por un bache de la carretera, dejó caer una jaula que llevaba animales
salvajes. Como consecuencia, una fiera se escapó. Ésta, que empezó a ir de un
lado a otro sin rumbo fijo, se escondió cerca de la casa de Carlos.
Carlos, que no sabía nada de lo ocurrido,
salió de su casa como siempre, es decir, dispuesto a no echar cuentas a nada ni
a nadie. Muy pronto, la fiera, que vio a Carlos, se dirigió rápidamente hacia
él. Carlos, al darse cuenta de lo que tenía delante, salió corriendo. Pero
quiso la casualidad que tropezara con una rama suelta, por lo que cayó al
suelo. Cuando intentó levantarse, el animal ya estaba encima. Carlos,
aterrorizado y con la cara tan blanca como la leche, no fue capaz ni de mover
un dedo.
Por suerte para él, uno de los encargados del
circo, que estaba siguiendo a la fiera, le disparó dos flechas, dado el gran
volumen del animal, con lo que consiguió adormecerlo.
Desde ese día Carlos reconoció que no era tan
atrevido como él quería aparentar. También sus padres cambiaron de actitud,
pues desde ese día ya no consintieron que Carlos matara impunemente a los animalitos
que merodeaban por la casa.
FIN
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