Érase
una vez un pueblo en el que todo, absolutamente todo, funcionaba al revés. Se
hallaba perdido en los confines de una sierra con enormes acantilados, y sólo
se llegaba a él a través de una estrecha y sinuosa carretera que, poco a poco,
ascendía hasta el centro del caserío. Como era un pueblo que era al revés de
los demás, tenía las casas al revés, los árboles igualmente y la gente andaba
de una manera graciosísima. Andaban así: los zapatos al revés, las piernas para
arriba y la cabeza para abajo.
Un día a este pueblo llegaron unos
forasteros normales, como es todo el mundo, y preguntaron a uno de los que se
encontraban allí:
-¿Puede decirme dónde hay una posada
para dormir?
Como este hombre hablaba al revés,
pues no entendieron nada. Alarmados por la forma de hablar del forastero, todo
el pueblo se reunió en la plaza y celebró una asamblea para ver qué estaba
pasando. Pero ésta se alargaba mucho y, como no se aclaraban, uno de los
forasteros, que seguía sin entender nada, dijo:
-Yo me marcho de aquí, porque si no,
nos volveremos locos.
-Sí, nosotros haremos igual -dijeron
los demás forasteros y se fueron todos.
Pero apenas éstos habían
desaparecido, el pueblo entero empezó a sentir algo raro: todos se fueron
transformando y el pueblo se volvió distinto. Todo el mundo decía:
-¿Pero qué nos ha ocurrido? ¡Nos
hemos vuelto como los forasteros!
Por otro lado, cuando los forasteros
llegaron a su pueblo contaron todo lo que les había ocurrido. Se lo contaron a
quienes se acercaron y entonces vieron que los de su pueblo estaban igual que
los del otro.
Todo era raro, muy raro, aunque las
personas vivían con tranquilidad y disfrutaban de la vida. Igual ocurría con
los animales e, incluso, con las cosas. Todo el mundo se cuestionaba determinadas
situaciones, pero mayoritariamente las aceptaban, pues comprobaban que, de una
manera o al revés, con todos ellos se podía disfrutar, bien cuando hablaban o,
simplemente, cuando se hacían compañía.
Ante tantas rarezas las personas se
fueron aislando unas veces o juntándose otras para comentar los sucesos que
estaban acaeciendo, pero a medida que avanzaba el tiempo se fue creando una
gran confusión, por lo que todos terminaron ingresados en el manicomio. No
entendían nada. Y fue allí, cuando de pronto, se dieron cuenta de que no
estaban igual que los demás, que eran ellos quienes estaban al revés. De
repente, se oyó un sonido estridente e inesperado… Era el despertador y me
entró un consuelo muy grande.
FIN
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