EL CONEJO ENCANTADO
En un campo había una granja muy grande donde se criaban muchos conejos.
En esta granja vivía Juanito, que era el encargado de que todo marchara de
forma adecuada. Entre todos los conejos había uno muy pequeño que era el más
bonito que había en toda la granja. Tenía el pelo blanco y las orejas negras,
pero tenía un defecto, que si te fijabas bien lo podías ver. Eran unas manchas
rosas en la piel que quedaban al descubierto cuando hacía aire o se movía con
rapidez.
El conejillo fue creciendo
y, poco a poco, se fue dando cuenta de que no era ni aceptado ni querido igual
que los otros conejos que eran de tamaño similar al suyo, salvo por Juanito. -No
temas, conejito –le decía Juan cada vez que lo veía-, que gracias a tus manchas
en le piel eres el más atractivo del grupo.
Esta diferencia en el
tratamiento hizo que ninguno de sus compañeros se dirigiera a él y, por tanto,
casi siempre estaba triste y solo.
Con el tiempo el pobre
conejillo fue comprendiendo que todo debía de darle igual y que si nadie lo
quería, pues él se tenía que apañar solo. Aunque esto le costara trabajo
admitirlo y, además, traía como consecuencia que siempre estuviera muy triste.
-Ninguno de vosotros me
quiere, está claro –les preguntaba el pequeño conejo a sus compañeros-. ¿Se
puede saber por qué?
-Eres pequeño y feo, y
eso ya es suficiente.
Pero las cosas, de forma
inesperada, cambiaron. Un día, que parecía otro día normal como todos los
anteriores, Juanito trajo una coneja de otra granja y la puso al lado del
conejo triste. La coneja también estaba triste porque no tenía familia ni
amigos con los que compartir sus penas y sus alegrías.
El tiempo fue pasando,
la pareja creció y, como estaban siempre juntos, fueron cogiendo confianza
entre ellos. En definitiva, que casi sin darse cuenta se enamoraron, formaron
una pareja independiente del resto y tuvieron hijos que, como es natural,
tenían esas manchas rosas que hacía que los demás les dieran de lado.
-Nuestro hijito se
parece enteramente a ti, papá –solía repetir la esposa con el fin de dar entera
satisfacción a su marido.
Los conejillos de las
manchas rosas, que además eran muy bonitos, crecieron y siempre estaban
corriendo por todos los sitios que podían. Los demás conejos comenzaron a darse
cuenta de que, a pesar de tener las manchas, estos tenían su encanto. Es más,
algunos comenzaron a decir que en realidad esas manchas rosas no eran tan feas,
eran simplemente distintas.
Juanito, que había
observado cómo los conejos de las manchas rosas eran despreciados al principio,
comenzó a darse cuenta de que ahora eran bastantes los que aceptaban estar a su
lado e incluso compartir juegos y carreras con ellos. Y como a él las manchas
rosas siempre le parecieron agradables a la vista, trató de que las conejas de
cría con manchas rosas aumentaran.
-Venga, conejitas, tened
hijos con manchas rosas, porque ellos son los más cotizados –les aconsejaba
Juanito a cuantas aspiraban a ser madres.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgvGVqbbqzNml-NDuSmEuN1lXw5OgDPBGgu5MCg_9KEwPdK7_oIpZnyu5vOOGqccWXG-F-cL09aP96rKhUGKBbWg1k0gzap9pBkCzVqpbBgxkp_TtVty6MEsfCwsUaNR0uM8uHNjmcokhpa/s400/29.1.jpg)
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-Sí, sí, porque además
de guapos, se crían lustrosos y muy sanos –respondían las madres con hijos
manchados de rosa.
Con el tiempo comprobó
con satisfacción que los conejos que, en lugar de vivir solos y apartados,
viven con otros conejos son más felices, se mueven y corren más, viven más,
desarrollan menos enfermedades y tienen menos problemas de comportamiento.
FIN
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