EL PAÍS DE ATRASOLANDIA
Érase una vez un país que,
a pesar de haber tenido a lo largo de la historia muchos y muy hermosos
nombres, todos dieron en llamarlo Atrasolandia. Así, hubo un tiempo en que fue
conocido como Iberia, en honor a uno de sus ríos más importantes. Luego, con el
paso de los años, como Hispania. Finalmente, como Al Andalus. Y fue llamado de
otras muy diferentes formas, aunque ninguna de ellas prosperó. El caso es que
este país al que nos estamos refiriendo era conocido en el mundo entero con el
nombre de Atrasolandia, y sus habitantes, lógicamente, con el de atrasados.
Eran muchos los ciudadanos que se preguntaban por la
verdadera razón de tan repelente nombre, pero nadie llegó a establecer con
exactitud cuál fue la causa. Había quienes creían que lo de Atrasolandia
se debía al maltrato que en este país se les daba a los animales. Estaban
convencidos de que solo a un país atrasado se le ocurriría tratar con crueldad
gratuita y festiva a los seres vivos, fuera cual fuera su clasificación
zoológica.
Lamentablemente, de este maltrato no se salvaban ni
siquiera los animales domésticos, los cuales podían ser arrojados, llegado el
caso, desde los campanarios de las torres de los pueblos. Y sobre las corridas
de toros y otros entretenimientos colectivos similares, en los que los animales
eran sacrificados o maltratados con impunidad y alevosía para divertimento de
los espectadores. Naturalmente, había quienes discrepaban de esto último, pues
creían ver en la celebración de las corridas de toros una prueba del valor de
los habitantes de Atrasolandia:
-Los toros son la fiesta nacional,
porque ahí es donde se muestra la valentía de los grandes hombres -aseguraban
quienes estaban convencidos de que ser un bruto temerario y un buen ciudadano
son la misma cosa.
Para otros, el
nombre de Atrasolandia les recordaba el país de los habituales programas de TV
destinados al gran público, como solían decir sus presentadores. En estos
programas, de mucha audiencia, por cierto, sólo se hablaba de asuntos banales
tales como separaciones, apareamientos, infidelidades, insultos, vejaciones y
cosas por el estilo. Y al parecer, según se decía, a mayores insultos, gritos,
exabruptos y faltas al respeto entre los interlocutores, mayor era el número de
ciudadanos que se conectaba.
En fin, no eran pocos los ciudadanos
que pensaban que la causa de tan denigrante nombre para ese país no era otra
que el empecinamiento de sus habitantes en no cambiar sus costumbres, tan
arraigadas como inhumanas.
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En tales circunstancias, alguien que
de verdad conocía el origen de Atrasolandia, vaticinó que muy pronto, de no
cambiar la gente de comportamiento, el país se llamaría Pocilgalandia, o
incluso algo peor.
FIN
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