EL NIÑO TARTAMUDO
Érase una vez un
niño tartamudo de nombre Pablo, al que todos llamaban Tarta. Un día, llegó el
momento de que se incorporara a la escuela.
-A ver, niño,
¿cómo te llamas tú? -le preguntó el maestro, ajeno a la dificultad del alumno
recién llegado.
-Yo me lla, lla,
llamo, Pa, Pa, Pablo Gonza, Gonza, González.
-¿Estás
nervioso, Pablo?
-Sí, señor, un po,
un poco.
-Bien, hombre, no
te preocupes. Aquí en el colegio aprenderás de todo, incluso a superar tu
problema, si te lo propones.
Conoció Pablo en la
escuela a una niña llamada María. Una niña inteligente y amable, que sentía una
atracción especial por el niño:
-Pablo, ¿cuántos
años tienes?
-Nue, nueve, y voy
a cum, cum, cumplir diez.
-¿Y cuándo es tu
cumpleaños?
-En mar, mar,
marzo, el quin, quince de mar, marzo.
-Ah, pues muy bien.
Yo tengo nueve también, y los cumplo en mayo, el dos. Tampoco era fácil la vida para Pablo en el tiempo del recreo:
-¡Aquí, aquí, Jo,
Jo, José! -exclamaba cuando jugando al fútbol ocupaba una posición magnífica
para disparar a puerta.
-Cállate, Tarta,
que tardas una hora en decir dónde estás -le respondían con frecuencia algunos
compañeros, insensibles o indiferentes al problema de Pablo.
En clase, en ocasiones, la situación era
delicada. Era muy incómodo enfrentarse a la mirada de tantos alumnos pendientes
de que Pablo repitiera una misma sílaba. No obstante, el maestro siempre pedía
que no se le interrumpiese, ni se terminaran sus frases o se añadieran las
palabras que faltasen, ni se le diera importancia a la falta de fluidez, porque
podrían incidir negativamente sobre el desarrollo lingüístico de Pablo.
-Hijo mío -les
aseguraban sus padres al volver el niño a la casa, al tiempo que lo estrechaban
contra su pecho-, pronto dejarás de tartamudear. Créeme. No hay nada que te
impida hablar como cualquiera.
-Sí, sí. Eso me di,
di, dice don Pe, Pedro. Y Ma, Ma, María tambi, también.
-¿Quién es María,
Pablo?
-Mi ami, amiga. Mi
mi única amiga del co, co, cole, colegio.
Llegó el mes de
marzo, y Pablo decidió celebrar su cumpleaños. Para ello se reunieron sus
abuelos, sus padres, sus amigos, pocos y, por su puesto, María.
-Cumpleaños feliz,
cumpleaños feliz... -le cantaron a coro todos los invitados. Pablo se sentía inmensamente feliz, pero
no podía dejar de pensar que, al final, tendría que decir algo a los
asistentes. Por eso, con lágrimas en los ojos, solo dijo:
-Gra, gra, gracias
por vuestros re, regalos. Me, me han gus, gustado mu, mucho.
Pasaron los días,
aunque poco cambiaron las cosas para Pablo. Poseía más conocimientos del mundo,
pero pocos amigos. A decir verdad, solo María y algún otro.
Al llegar el mes de
mayo, Pablo fue invitado al cumpleaños de María. Estaba contentísimo por
asistir a una celebración tan íntima; pero, al mismo tiempo, como siempre, se
entristecía al dirigirse en público a María, a la hora de darle su
regalo. Llegó el día del
cumpleaños, y todos felicitaron a María. También Pablo, el cual, para sorpresa
y alegría de todos, sereno, seguro y sin titubeos, dijo:
-Te deseo, María,
que seas feliz en tu cumpleaños. Además quiero que sepas que este regalo es una
atención especial por tu generosa y necesaria amistad. Y lo dijo así,
todo seguido, sin vacilar, sin atrancarse, sin titubeos.
FIN