Érase una vez un hombre al
que le llamaban Cazador Valiente. El nombre era debido a la enorme cantidad de
trofeos que colgaban de las paredes de su casa. Entre ellos figuraban muchas
cabezas de tigres, leones, jirafas, etc. Aseguraba Cazador Valiente que él las
había cazado en las montañas de diferentes lugares muy lejanos.
Pero lo que no
sabía nadie es que no todas estas piezas eran verdaderas. Eran copias,
falsificaciones hechas con gran precisión, por lo que parecían totalmente
auténticas. En realidad, Cazador Valiente no era nada más y nada menos que un
cazador muy cobarde. Tan cobarde, tan cobarde, que no se lo quería decir a
nadie.
Un día salió de
caza con su perro y todo el mundo pensaba que tiritaba de frío, cuando la verdad
es que estaba tiritando de miedo. Después de un rato andando, su perro, Boby,
salió corriendo al ver unos arbustos que se movían. Sabía que por allí habría
algún animal. Cazador Valiente trató de llamarlo, pero no pudo hablar, debido
al temblequeo que tenía encima. No obstante, siguió adelante y al ver los ojos
de una lechuza que lo miraba fijamente, se escondió donde buenamente pudo.
Pasado un buen
rato, algo más tranquilo, prosiguió la marcha, y en un momento determinado vio
un matorral que andaba. Comprendió que, inevitablemente, se tenía que enfrentar
a lo que allí hubiera. Pero cuando estaba apuntando, eso sí casi muerto de
miedo, vio que era la cola de Boby que asomaba. Se alegró tanto de lo ocurrido,
que decidió volver a su casa y abandonar el oficio de cazador.
Cuando llegó a la
casa, lo primero que hizo fue tirar todos los falsos trofeos que parecían
verdaderos. Desde entonces vive feliz y contento en compañía de su querido
perro Boby.
FIN
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