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JOSÉ, EL NIÑO QUE
NO SABÍA JUGAR
Érase una vez un niño que
vivía en un pueblo pequeño, tenía unos seis o siete años y se consideraba muy
desgraciado porque no sabía jugar. En verdad, casi nunca hablaba con los otros
niños y parecía que todos evitaban su conversación. La realidad es que José no
era amigo de nadie. Y no lo era, fundamentalmente, porque aquellos con quienes
trataba se sentían sorprendidos, cuando José les decía que no sabía jugar.
-Oye, José, ¿por qué no juegas conmigo? -le dijo un día
un niño, con la mejor intención, al percatarse de que, incluso desde lejos,
parecía que José tenía algo raro.
-Yo es que no sé jugar -respondió José a su manera, sin
dar más explicaciones.
Por esta razón y quizás también por otras que no sabemos,
decidió irse a otro pueblo para ver si allí encontraba la solución al problema
que lo atormentaba y que no era capaz de solventar.
Todos los vecinos del nuevo pueblo, al enterarse de su
dificultad, intentaron ayudarle. Así, en una ocasión, una señora mayor le dijo
que viera al médico para ver si este le podía ayudar. José se dirigió al centro
de salud y se colocó al final de la cola. Allí esperó a que le tocara el turno
para entrar. Y como alguien se dirigiera a José para preguntarle qué hacía
allí, éste, a su manera y con titubeos, se lo explicó:
-Yo es que no sé jugar.
Cuando el médico habló con José, aunque fue una visita
rápida, comprendió que él no podía hacer nada. Su problema era algo que debía
curar en compañía de otros niños de su edad. Y si así tampoco se curaba,
entonces debería recurrir a las familias de los niños.
Anduvo José por muchos pueblos, pero en ninguno encontró
solución, hasta que un día llegó a uno llamado Alegría. Se llamaba así porque
todo el mundo tenía una actitud alegre y confiada y se ponía en el lugar del
otro.
Allí, chicos y
grandes lo acogieron con cariño. Luego, con mucha paciencia, fueron aprendiendo
todos un lenguaje de signos con el que comprobaron que era posible comunicarse
con José. Cuando pasó algún tiempo, el niño jugaba a los mismos juegos que
conocían los demás. Desde entonces, nunca más se aburrió.
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