LA PALOMA
Érase
una vez una paloma que volaba por los alrededores de un pueblo, cuando de
repente chocó contra un cable de la luz. Como consecuencia, se le partió un ala
y cayó al suelo. Un niño que jugaba por allí con sus amigos, al verla, gritó:
-¡Venid,
he encontrado una paloma!
-Cógela
y ven conmigo –dijo uno de ellos con mucho interés.
-¿Para
qué?
-Para
saber qué le pasa.
-Se
le ha partido el ala.
Otro
de los niños, al ver lo ocurrido, se acercó al animal, lo cogió y exclamó:
-¡Ya la he curado, vamos a echarla al cielo!
-¡Mira!
¡Mira!, ¡Vuelve! Observaron algunos de los allí presentes.
-¡Vamos
a jugar con ella, aunque esté herida!
-gritó el que parecía más decidido.
Cerca
de allí, había un hombre en su granja, al que ya le pesaba la edad. Trataba de
colocar los arneses de labranza a su caballo, con el fin de comenzar la
jornada. Pero le fue imposible realizar la faena, porque el jaco, encabritado y
sin dejar de relinchar, no permitía siquiera que el granjero se le acercara.
Y así estaban las cosas, cuando una
pareja de cigüeñas, afanada en la alimentación de sus cigoñinos, divisó cómo la
paloma inmóvil se desangraba junto al agua. Las cigüeñas optaron por crotorar
con todas sus fuerzas, con el fin de llamar la atención de los vecinos. Pasado un
rato, los cuervos, que vivían en los mechinales de la planta superior de la
torre, decidieron ver qué ocurría.
No les hizo mucha gracia el asunto a
los insociables cuervos, pero muy pronto entendieron que la paloma de la ribera
del río se encontraba en apuros. Luego, una vez seguros de lo que ocurría, con
la voz desagradable que los caracteriza, comenzaron a graznar con todas sus
fuerzas.
Inmediatamente, alertadas por tan insoportable
jaleo, acudieron las ágiles golondrinas, instaladas en las cornisas de las
ventanas, y los asustadizos murciélagos, en las grietas de las paredes de la
torre.
Y así, poco a poco, toda la vecindad
fue tomando conciencia de que una paloma se desangraba en la orilla del río.
Pero nadie se atrevía a tomar la iniciativa, más que nada, por no saber muy qué
hacer. Alguien sugirió, entonces, acercarse a la granja próxima, no muy lejos
de donde la paloma agonizaba.
Los gallos y las gallinas, al
conocer la noticia, montaron tal alboroto con sus cacareos que, a pesar de
estar prisioneros en naves gigantescas con cubiertas de uralita, lograron
alarmar a la numerosa comunidad de gatos, siempre maullando.
Alarmado
el granjero por unos extraños ruidos que no acababa de identificar, decidió dar
una vuelta por los alrededores de su granja, convencido de que algo pasaba. En efecto, pronto vio que en los
límites de su hacienda, junto al río, había unos niños que jugaban con una
paloma blanca, ya tinta en sangre. En tales circunstancias, el campesino no lo
dudó ni un momento: se acercó al ave, le limpió las heridas con agua oxigenada,
le untó betadine, le entablilló el ala y la colocó en una jaula, donde también
puso agua y pienso.
Transcurridos
unos días, el granjero se acercó a la jaula y, al comprobar que la paloma se
hallaba perfectamente curada, la soltó.
FIN
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