EL CIERVO
IMPRUDENTE
En un viejo bosque vivía
un ciervo muy malo e imprudente que, además de ser muy ladrón, no daba nunca
nada ni tampoco decía nada bueno a sus compañeros.
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Un día había unos
pequeños castores con palos para reparar un boquete de la presa que hacía algún
tiempo habían construido en una parte del río y, con algo de miedo, le dijeron
al ciervo:
-Señor ciervo, ¿nos
puede echar una mano?
-No –dijo el
ciervo- vosotros sois muy fuertes y mirad qué débil estoy yo.
Al acabar estas
palabras, se marchó rápidamente hacia un descampado que había cerca. Y estando
en él, se acercó un conejo que había arrancado unas cuantas zanahorias de un
huerto próximo. Como al conejo le costaba trabajo llevarse todas las zanahorias
que había cogido, también le pidió ayuda al ciervo; pero éste ni siquiera le
echó cuentas y, casi sin mirarlo, se alejó hacia otro lugar donde nadie lo
molestara.
El conejo,
malhumorado y con mucha rabia contenida, llamó a todos los animales del bosque
para darle una lección al ciervo. Reunidos todos, y con el conejo presidiendo
la asamblea, éste expuso las quejas que creyó convenientes para que el grupo
tomara cartas en el asunto y, de una vez por todas, el ciervo cambiara de
comportamiento. Todos intervinieron y al final llegaron a un acuerdo: no le
hablarían al ciervo hasta que no cambiara de actitud.
Pasó algún tiempo y
todo transcurría normalmente hasta que un día el ciervo vio cómo algunos
animalillos cogían una gran cantidad de frutos de los árboles. En ese momento
el ciervo pensó que si los animalillos se interesaban por los frutos es que
éstos serían exquisitos. Así que se fue hacia ellos, les quitó varias bolsas y
salió corriendo. Los animalitos, cuando se dieron cuenta de lo que había hecho
el ciervo, empezaron a gritarle para advertirle de que las frutas eran dañinas.
Pero el ciervo no
les hizo ningún caso, comió con mucha ansiedad y todo lo rápidamente que pudo
hasta acabar repleto. Entre tanta ansiedad y tanta rapidez, al momento, empezó
a dolerle el estómago. Y le dolía de tal forma, que tuvo que comenzar a dar
voces, para que todos los animales del bosque lo oyeran. Algunos de ellos, a los que les dio más pena,
acudieron a casa del ciervo para ver como estaba y, en la medida de sus
posibilidades, curarlo.
Pasaron unos días
y, cuando el ciervo ya estaba sanado, les dijo a todos:
-Gracias, amigos
míos, y perdonadme, porque he sido muy malo con vosotros.
Y, desde ese día,
el ciervo hace todo lo posible por ayudar a sus amigos. Además de procurar ser
amable y simpático con todo el que se encuentra.
FIN
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