LOS AMIGOS DEL MUÑECO
Érase una vez un anciano
de avanzada edad que, como suele ocurrir con casi todos los ancianos, ya no
trabajaba fuera de su casa. Durante muchos años de su vida esta persona se
había dedicado a hacer muñecos de madera.
Un día estaba tomando el fresquito en su puerta y pasó un niño, que
tenía un aspecto algo desaliñado. El anciano, al verlo, cogió un muñeco y se lo
dio. Al tenerlo en sus manos, éste se puso muy contento y saltaba de alegría.
El muñeco, según dijeron todos después, era feo y muy gracioso.
El niño vivía un
barrio lejano y poco cuidado: además de casas con goteras, había otras medio
abandonadas y algunas, casi derruidas. No obstante, el niño se conformaba con
su casa y su muñeco, que era feo y gracioso.
Durante mucho tiempo,
para que todos lo vieran y porque él así lo quería, fue por todo el barrio con
su muñeco. Todos los niños salían a la calle cuando lo veían pasar y, en
repetidas ocasiones, les dijo que fueran a ver al anciano, para que también les
diera otro muñeco.
Un día los niños
del barrio se pusieron de acuerdo y se dirigieron a la casa donde, para asombro
y desencanto de todos, comprobaron que allí no había nadie. Se quedaron boquiabiertos,
incrédulos, perplejos y también indecisos. Pasado un rato y no encontrar a
nadie, aunque contrariados e indiferentes a las afirmaciones de su vecino,
optaron por retirarse a sus casas, sin darle más importancia a lo que habían
visto y oído.
Pasaron muchos años
y el niño con su muñeco, que nunca había dejado de vivir en el barrio, se hizo
viejo y cayó enfermo. Al poco tiempo, ya no podía salir de su casa para que
todos vieran el muñeco. Los vecinos, extrañados al no verlo con su muñeco feo y
gracioso, decidieron un día acercarse a la casa del anciano del barrio.
Llegaron cuando ya empezaba
a anochecer. Llamaron a la puerta, pero allí no contestaba nadie. Insistieron
varias veces, aunque sin éxito. Cansados de llamar, al ver que la puerta estaba
entreabierta, empujaron con mucho cuidado y entraron. En ese momento, todos los
presentes, nerviosos y sin saber muy bien qué hacer, lo miraban todo con sorpresa
y detenimiento.
Enseguida se dieron
cuenta que había mucho polvo y un montón telarañas, pero cuando llevaban un
rato, al fondo de la estancia, vieron un cartel que decía así: “Podéis coger lo
que queráis, pero sin romper nada”.
A partir de entonces, todos los que quisieron, tuvieron su muñeco preferido. Eso sí, todos eran feos y graciosos.
FIN